lunes, 9 de enero de 2012

Siniestra belleza.

Entró en la sala, en esa enorme sala, con un montón de gente que la miraba exclusivamente a ella, era el centro de atención de todas las miradas, pero en ese momento a ella ni le importaba.

Entró llevada a hombros por cuatro hombres y ella estaba en la cima, ¡qué guapa estaba!, estaba mas bella que nunca, vestía sus mejores ropas, y estaba maquillada a la perfección, llevaba puestas  unas botas negras, que aunque  no era el color que mejor le sentaba hoy estaba sencillamente hermosa.

Con tez pálida, unas sonrojadas mejillas y esos ojos miel que hipnotizaban a cualquiera que los mirase, ella, altiva, miraba la cúpula de aquella sala sin apartar la mirada un solo segundo. Estaba exultante, su pecho casi parecía insinuarse en aquella blusa, y sus suntuosas curvas estaban disimuladas por esa ropa, pero como siempre ahí estaban, mas perfectas que nunca.

Incomprensiblemente la gente llora, ¡qué mas da que esté muerta y que cuatro hombres la lleven en su ataúd!Eso no importa, porque hoy era una divinidad.

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